Hoy, me desperté escuchando el canto de los pájaros y el trisar de las golondrinas que volvieron a revolotear en los pinos frente a la ventana de mi habitación; hoy 22 de abril, día internacional de la madre tierra, salí a caminar a la calle, aprovechando que se puede salir del confinamiento a realizar actividades al aire libre entre las 5:00 AM y las 8:00 AM, después de 30 días de estar encerrado, me dirigí por la vía a La Punta en la zona campestre de Funza. Estiré los brazos, sentí cómo el aire puro llenaba mis pulmones y la calidez de los rayos del sol que se filtran por las ramas de los pinos, me daban en la cara. Observé cómo crece el maíz en la finca al lado del Club San Andrés, cuando hace 3 meses las fuertes heladas quemaron el mismo cultivo. Más abajo, ví una tropilla de caballos pastando y un potro saltando. Llegué al cruce del Coclí dónde recolectores empacan la zanahoria y más adelante, en otra finca recogen la cosecha de papa. Me acordé cuando en mi niñez en la parcela del Diamante en Mosquera, veía a mi papá cosechando papa y hortalizas. Pensé en el valor de los agricultores y la importancia del abastecimiento alimentario en ésta pandemia, así como en las necesidades que están sufriendo los campesinos por el cambio climático, las fuertes heladas, el verano, las lluvias torrenciales, la falta de crédito, los bajos precios que les pagan los intermediarios y en cómo los empresarios y gobernantes deben darle prioridad a invertir y solucionar la problemática de los productores del campo cundinamarqués.